Un lavarropas nuevo

Era julio  en el campo de los Lopez. Para Ramona el olor a leña combinado con la escarchada mañana eran el sentido del invierno, la contradicción de la cara caliente por el horno de barro y las manos frías del agua congelada.
Trabaja ahí desde los 13. Manejaba la Finca como si la hubiese levantado adobe sobre adobe.
Las manchas de humedad, el olor particular de los Nogales: el del centro era la mejor sombra para las siestas, al reparo del vientito; el de la orilla, tenía más luz por la mañana y las mejores nueces, esas grandes que le gustaban al pequeño Ignacio . Travieso, se trepaba hasta lo alto de la copa. Sólo ella sabía hacerlo bajar con su irresistible chocolatada caliente. Que rapidez tenía ese niñito para sonreirle y escaparse de nuevo en travesuras. Pequeñito con ojos brillosos y pícaros de inocencia, tan parecido al padre, Don Ricardo.
-Don Ricardo Lopez ... Ah! ¡qué nombre tan poético!- Se sumía en un suspiro mientras mezclaba el dulce de ciruela preferido del patrón. Perfumaba la casa con ese olor a caramelo  quemado.
Le gustaba su Patrón. Más que una criada, la hacía sentir parte de la mansión.
Por la mañana, cuando le llevaba la canastita de pan cacho caliente con dulce caserito-caserito, solía mirarla y con esos ojos picarescos le decía: -Gracias Ramona, le das vida a esta casa. Mantenés el campo y el piso, como si fueran tus mismas manos.
Ah, si. A Don Ricardo le llamaban mucho la atención esas manos delicadas. Color negro mate, siempre suaves a pesar de los quehaceres de la hacienda.
Por eso cuando se acercaba al río a lavar la ropa y  ver que se le  quebrajeaban sus manos, repetía con postura y tono protector, infalible:
-Hay que solucionar esto Ramona- tomaba las manos mirando las marcas.
Un día. Un 7 de julio, tan frío que hasta al río le costaba moverse, daba la sensación que quería meterse en una alcoba caliente y disfrutar de una fogata edtilo "home sweet home" más que andar escarchado luchando por sus causes.
La pila de ropa era gigante. Cuando Don Ricardo volvió de la ciudad con ese bicho.  Una caja grande, blanca, fría, de metal y sin olor. Contento y con sonrisa le digo: -Esto es un Lavaropas
Así que así era, esa cosa cuadrada, fría, pesada y ruidosa, tenía nombre: "Lavaropas"
-Con esto no vas a sufrir más mi Niña, éste aparato es mágico, vas a ahorrar mucho tiempo- la luz se le escapaba de la mirada y con la sonrisa en frenesí le tomaba con dulzura sus negras y finas manos.
Y ahí la dejó, en el cuartito del fondo con ese bicho blanco y una bolsa de "Jabon en polvo"
-Qué atrocidá! Jabón en polvo!
Valerio le había enseñado como usarlo - Es trabajo de caballo matungo Ramona, no te preocupes, mirá: se pone la ropa acá, una medida (¿una medida, que es esto, un bizcochuelo??) una medida de jabon en polvo (jabon en polvo fijáte que ahora voy a tener que ponerme a rallar!) se cierra la tapa, se aprieta este botón, y listo! En media hora ya esta!
Parecía fácil.
Se animó a probar con las prendas chicas, calcetines e interiores.
Y ahí fue.
LA CATÁSTROFE
Había dejado el pastel de carne en el horno y las verduras al fuego,  total era cuestión de apretar un botón y volver a la cocina. El "lavaropas" funcionaba sólo.
TODO fue un desastre.
-¡Esa máquina se trago un calcetin rojo! ¡EL ROJO! ¡Su único par rojo! ¡el que hace juego con el tapado de invierno!¡Se la comió, desaparecio!! Los puse juntos y no está ¡no está!!
Desesperada revolvía toda la ropa del canasto, miraba por todos los rincones del bicho blanco, no sabía donde más buscar.
No paraba, desconsolada con su error, con ese bicho angurriento y devorador.
Risueño, con el pequeño Ignacio de la mano que miraba y se divertía burlón con la situación, le dijo su Patrón:
-Tranquila mi niña, esa máquina tiene fama de hacer desaparecer calcetines.
Y refiriendose a la humareda del horno dijo: -Vos no pierdas la fama con el pastel.

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